Los fatuos Generales que produce Occidente desde hace décadas

En la película Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (1964) un extraviado e incompetente general ordena un ataque aéreo nuclear sorpresa contra la Unión Soviética. Su ayudante, el capitán Mandrake, mucho más cuerdo y preparado, trata de encontrar la fórmula para impedir el bombardeo. Pero el Presidente de los EE.UU. confía en este general y en su asesor personal, un antiguo científico nazi llamado doctor Strangelove, que le dice que los rusos tienen la “Máquina del Juicio Final”. La hilarante historia refleja, sin embargo, una realidad trágica: la falta de realismo de militares de alto rango asesorando a políticos. Un problema que desde los sesenta a nuestros días se muestra de manera obscena.

El ya desaparecido historiador militar británico Sir John Keegan (no se horroricen nacionalistas guitarreros, lean algo más que a Jauretche), en su WHO IS WHO IN MILITARY HISTORY escrito en 1987, nos advierte en el prólogo que debe de distinguirse entre los oficiales que llegan al grado de general en tiempo de paz de aquellos que lo logran como producto de su desempeño en combate. Sostiene que los primeros son siempre el producto de procesos burocráticos que conjugan intereses corporativos con los políticos y los segundos el resultado del fracaso de los primeros en las guerras y su sustitución por los que en combate mostraron sus capacidades para la lucha.

¿A qué viene todo esto? Pues que ha llamado la atención, al menos entre los que nos interesamos en los temas de la defensa (raras avis si las hay en estas playas…), la cantidad de oficiales del grado de general o equivalente que en EEUU y Europa (en Argentina sus colegas permanecen en un recoleto silencio) que en medios de comunicación diversos han opinado sobre la guerra europea en desarrollo de una manera tan poco profesional, como si solamente dieran un barniz militar a los dichos de los políticos, sin diferenciarse de los mismos.

Ha llamado la atención la cantidad de oficiales del grado de general que en medios de comunicación han opinado sobre la guerra europea en desarrollo de una manera tan poco profesional, como si solamente dieran un barniz militar a los dichos de los políticos, sin diferenciarse de los mismos.

Y, por el contrario, han sido oficiales no generales los que han tenido opiniones diametralmente opuestas a los mismos. ¿Qué puede estar detrás de todo esto? Bueno aquí desarrollaré mi explicación. Advierto, no agradará…

Debemos quizás comenzar por decir que lo expresado por Keegan tiene naturalmente excepciones y que su mirada apunta a fuerzas armadas que han hecho de la preparación militar un tema serio. Lo que describiré es mucho peor en países donde nada relativo a la defensa tiene ni seriedad ni espacio alguno en la agenda, como es nuestro caso en Argentina.

Vayamos a lo que sucede en EE.UU:

Debe decirse que su cuerpo de oficiales tiene saludables procesos de formación de líderes con diversas vías de ingreso a la carrera, con tres caminos para ello:

  • Graduados universitarios que aplicaron para formarse como oficiales mientras cursaban la universidad y obtienen su título de grado junto con su comisión como oficiales en alguna de las FFAA. Esta es la fuente más numerosa de oficiales.
  • Los que provienen de la tropa y luego de un curso especial consiguen su comisión.
  • Los que ingresan a las academias militares y junto a una rigurosa selección y un proceso de cuatro años de estudios de excelencia, alcanzan un título universitario y una comisión como oficiales. Este es el camino de menor relevancia en cuanto a la cantidad de oficiales que aporta.

Cualquiera sea el camino iniciado, es común que los oficiales pasen solamente algunos pocos años sirviendo y luego se retiren a desempeñarse en el “mundo civil” donde el paso por la experiencia militar es sumamente valorado.

Durante el transcurso de la carrera los oficiales reciben capacitaciones de excelencia de acuerdo a sus especialidades y diversas oportunidades de poner en práctica sus conocimientos sea en despliegues operativos en situaciones de combate o bien en adiestramientos que son tan cercanos a ellos que difícilmente sea siquiera imaginable en nuestra realidad. Por supuesto esos despliegues y destinos abarcan el mundo entero y el bagaje de experiencias y conocimientos los hace tan valorados como para desempeñarse fuera de las FFAA. Suena todo bien, ¿dónde comienzan los problemas entonces?

Los oficiales afectados por el carrerismo rápidamente comienzan a dejar de lado su preocupación por los asuntos profesionales y su propio esfuerzo por un desempeño eficiente, y privilegian contactos tanto militares como civiles que les permitan ser considerados para posiciones expectantes o bien aquellas de poder, dependiendo de la jerarquía en que se encuentren.

Empiezan en lo que se denomina “carrerismo” es decir una preocupación tan irrefrenable por acceder a posiciones de altísimo nivel que empieza a tener mayor relevancia dos tipos de contactos claves:

  • Aquellos superiores con poder en condiciones de influir en la propia trayectoria profesional
  • Los políticos con dos vías diferentes: los que están ya en el poder y los que poseen condiciones para estarlo

Los oficiales afectados por el carrerismo rápidamente comienzan a dejar de lado su preocupación por los asuntos profesionales y su propio esfuerzo por un desempeño eficiente, y privilegian esos contactos tanto militares como civiles que les permitan en determinadas circunstancias ser ellos los considerados para posiciones expectantes o bien aquellas de poder, dependiendo de la jerarquía en que se encuentren. 

En este camino, sus miradas ya se alejan de las que el criterio profesional les indicaría profesar y van tomando otras, que hacen que las mismas vayan desde una postura donde difícilmente pueda determinarse que piensan a otra donde sus miradas son lisa y llanamente coincidentes con las del poder político respecto a la cuestión. En el caso de EE.UU. el panorama se complica todavía más, pues desde hace ya algunas décadas los oficiales generales, en un porcentaje asombrosamente alto, al dejar el servicio activo ingresan a la industria de la defensa como lobistas o en el directorio de las mismas, donde ya sus opiniones están totalmente sesgadas por el interés de la empresa a la que sirven.

Llamo la atención del lector que no me conoce, que no soy precisamente uno que cree en la teoría de las guerras generadas por la industria de la defensa, solamente describo un hecho que ocurre y es casi desconocido.

Esto explica que sea tan común que existan generales que no advirtieron lo que ocurría en Afganistán o Irak, o que a mediados de los sesenta pregonaban abiertamente la cercanía de una victoria en Vietnam. Son de la misma estirpe de quienes, desde el inicio de la guerra en Europa, en las cadenas internacionales hablan de cosas tales como:

  • Incapacidad militar rusa
  • Inminencia de una victoria ucraniana
  • Rusia falló en ocupar toda Ucrania
  • Falencias logísticas rusas que llevarán al colapso a sus tropas.

Todas esas expresiones y otras más contrastan notoriamente con las de otros también militares, pero de rangos inferiores al de generales, que también en los medios han dado opiniones totalmente contrarias y que, junto con las de varios analistas de defensa civiles, ofrecen un análisis descarnado acerca de la situación de la guerra y su desarrollo.

El vicio que viene afectando a las FFAA de EEUU desde hace décadas y que someramente he descripto, ocurre en una medida muy menor en países europeos, sin llegar a alcanzar los niveles que comentamos, aunque no están ajenos al fenómeno del carrerismo mencionado.

¿Y en Argentina tenemos ese fenómeno? No tengan dudas de que sí, aunque la ausencia de una industria de la defensa hace que la migración de los oficiales generales en no pocos casos se haga hacia las empresas de seguridad privada, donde pareciera que un militar puede aportar conocimientos sobre algo que es diametralmente distinto a hacer la guerra, pero convengamos Argentina es un país extraño.

También entre nosotros el fenómeno se da de una manera distinta a lo que sobre EEUU mencionamos. Así los afectados por el carrerismo, al alcanzar las posiciones anheladas, tendrán un discurso de mimetismo ciego hacia el poder de turno, llegando incluso a adoptar los modos y hasta estrafalarios giros idiomáticos frente a sus subordinados, para mostrarse rayando la obsecuencia hacia lo que la política indica; para luego, en el retiro, guardar absoluto silencio.

Esto ha sido particularmente notable en estos meses de guerra europea en los que ninguno ha aportado sus conocimientos u opiniones sobre el conflicto. Algo notable si se tiene en cuenta que, al menos en teoría, detentan la mayor experiencia y conocimiento en los asuntos de la guerra.

Pongamos lo que comentamos en perspectiva y recordemos Vietnam, Afganistán o Irak, y tendremos frente a nosotros buena parte de las razones de esos gigantescos fracasos y, también, del no menor desprecio por el coraje y sacrificio que las tropas sufrieron en esos campos de batalla.

La democracia tiene, en lo que hemos mencionado, un problema mayúsculo. No tanto para nosotros donde la defensa es algo despreciado por políticos y buena parte del estamento militar, pero si para la todavía única superpotencia global: EEUU. Que una parte importante de su conducción militar adopte el vicio del carrerismo afecta a la política de seguridad del país. En principio hace dudar que el nivel de asesoramiento que se recibe de esos profesionales militares sea el que su saber y conciencia indican como apropiado o bien está contaminado por la necesidad de digamos interpretar adecuadamente hacia a donde quiere dirigir su decisión el político que recibe dicho consejo.

Pongamos lo que comentamos en perspectiva y recordemos Vietnam, Afganistán o Irak, y tendremos frente a nosotros buena parte de las razones de esos gigantescos fracasos y, también, del no menor desprecio por el coraje y sacrificio que las tropas bajo sus órdenes sufrieron en esos campos de batalla.