¡HAN PROFANADO LA GUERRA!

La sala es inmensa. La frialdad de los mármoles en pisos, columnas y techumbre es compensada por las lujosas telas que, esparcidas aquí y allá aportan gracia y calidez. No hay puertas ni ventanas, las paredes son mayormente columnatas, pero aquí dentro ni el frío ni el calor penetran, es el Palacio del Monte Olimpo, la morada de los Dioses.

En la espaciosa estancia se recorta imponente pero triste la figura de una bella mujer. La cubre una finísima clámide de seda de un suave dorado, que contrasta con el fuerte color oro del peplo que lleva debajo. A sus pies, abandonados al descuido están su armadura, lanza y escudo. Una figura esbelta, elegante pero que irradia desolación, pena, dolor; con sólo ver sus ojos se puede advertir y sentir la ira que agita todo su ser. Es Palas Atenea la Diosa de la Guerra y la Sabiduría. Me convocó a hablar del tema que la carcome y la enfurece: la decadencia de la Guerra.

—Profesor, gracias por venir tan pronto— Me recibió amable como siempre pero  encrespada

—No podía negarme al pedido de una gran dama y menos a un tema tan delicado

Atenea escanció dos copas de hidromiel y mientras me convidaba dijo con pena

—Si, delicado, triste, estúpido, brutal…Cualquier descalificación le cabe – estaba perturbada pero contenida.

—Dónde empieza su enojo, si me permite preguntar

—Creo que cuando el presidente Truman relevó al general Douglas MacArthur. Un hombre brillante, depuesto por un don nadie. Otro más de la legión de los idiotas que creen que un político puede hacer estrategia…Pero no quiero ir por allí hoy, no quiero desviarme con eso ahora.

«El otro día tuvimos una tertulia de nostalgia. De Babilonia y Asiria vino Ishtar, recordando su ayuda a Gilgamesh en la tarea de reunir guerreros; Kiririsha del Elam y las egipcias Neit y Sejmet. Recuerdo que Sejmet decía a quienes le rogaban por triunfos, oro o vida “¿Qué esperas oír de una diosa con cabeza de animal?… si buscáis amor altruista, os habéis equivocado de diosa…”[1]   Cruel pero veraz. Entre todas creamos y compartimos los secretos de la guerra con quienes quisieron escucharnos, que ciertamente fueron muchos; digo fueron porque cada vez nos atienden menos…y todas convinimos en el desplante sufrido»

Una desconsolada sonrisa se dibujó en su rostro recordando a sus amigas, y los tiempos idos o tal vez más por las enseñanzas olvidadas.

—Prefiero empezar por el principio. Algunos creen que cuando mi padre Zeus se cansó de las luchas entre los dioses, impuso el orden en el Olimpo quitando la guerra y lanzándola sobre los hombres. Ciertamente no fue así, los humanos peleaban desde siempre; pero no todos, algunos no conocen aún hoy la guerra. Peleaban para sobrevivir ese era el objetivo primordial, y lo sigue siendo, aunque muchos lo malversen y conviertan la guerra en un negocio económico más digno de la Cosa Nostra que de humanos más honorables.

—Entiendo que ese abuso la enoja

—¡No es abuso, es Profanación!

«Vea mi amigo, al comienzo las guerras eran sencillas, poca gente, poca tierra, pocos recursos. Pero, aun así, al igual que la caza les enseñó a los hombres la importancia de actuar cohesionados y mantener la solidaridad en el grupo, que luego sería la de la sociedad, la guerra multiplico la potencia de esos valores morales. Cuando en la Mesopotamia asiática esos pocos se encontraron sembrando y vieron que eran muchos la cosa cambió. Ahora había más recursos cruciales que defender para sobrevivir -los cultivos, los canales de riego, las rutas comerciales- y había que aprender a hacer la guerra. Todavía me zumban los oídos de escuchar los gritos de Ishtar para que comprendieran el arte de pelear. De todas formas, las guerras eran largas y muchas inconclusas, sobre todo porque los gobernantes contaban comparativamente con mucha gente y muchos recursos, lo que les permitía no resolver la guerra de una vez, además sus soldados eran de reclutamiento temporal».

—Por lo que he sabido esos gobernantes tenían un poder político absoluto que le permitía disponer de los recursos, incluso humanos a su antojo

—Si, sus súbditos eran un día agricultores y al día siguiente, soldados u obreros constructores, sin derecho a protestar…

«Un poco mejoró la cosa cuando Semerkhet, rey de Egipto, invadió el Sinaí en 3370 a.C. con un ejército permanente, y otro tanto hizo Sargón de Akkad en 2872 a.C. con una fuerza igualmente profesionalizada que le permitió conquistar el Elam y llegar hasta Chipre. Ellos descubrieron -con cierta ayuda- que los soldados estacionales no retenían sus aptitudes militares cuando volvían a la vida civil, así que lo mejor era pagarles y tenerlos todo el tiempo entrenando o en campaña. Pero aun habiendo inventado la Falange Sumeria, prolija y cargada de bronces, todo era de trámite lento. Peleaban a flechazos y pedradas esperando que uno de los dos pusiera pies en polvorosa».

—El desgaste en lugar del choque…Por qué elegirían eso?

—Creo que falta de entrenamiento normado, equipo o la ausencia de un espíritu comunal que superase la situación de luchar obligados…El miedo y el sometimiento no crean buenos soldados

«En Grecia las cosas me resultaron diferentes. Poca tierra para cultivar, pocos habitantes y de trabajo multipropósito: granjeros, mineros, artesanos, filósofos, políticos y soldados alternando roles. No había ni tiempo ni recursos para perder. Los entrenamos y equipamos mejor, pero lo más importante es que yo les enseñé que la guerra prolongada era muy dañina y que por eso debía hacerse rápido para acortar el tiempo de muertes y destrozos; que debía ser decisiva es decir resolver el conflicto totalmente o al menos por largo tiempo y que para asegurar la rapidez y la resolución debía ser muy violenta y llegar al cuerpo a cuerpo. Y resultó. Rápida, decisiva y mortal fue la fórmula que invariablemente eligieron todas las naciones y lo hombres. Además, apoyamos su gobierno participativo, lo que les daba un mejor compromiso a la hora de defender lo propio».

Atenea estaba radiante, los recuerdos la reconfortaban y la hacían más hermosa, si eso fuera posible.

—De mayor relevancia resultó el aporte de mi familia olímpica. Yo hacía la guerra con natural inteligencia; mi hermano Ares le ponía lo brutal y Eris la discordia que daba origen al conflicto; Hades llevaba el conteo de bajas. La simpática Niké repartía la fortuna en el campo de batalla eligiendo finalmente al vencedor; bueno usted sabe lo caprichosa que es. Si nos hubiésemos detenido allí, todo hubiese sido un juego cruel e inhumano. Completamos la gestión de la guerra con mis hermanastras las Horas. Eirene es la diosa de la paz, sus hermanas Dike y Eunomía rigen la justicia y el buen gobierno respectivamente. En su interrelación no hay paz sin justicia y buen gobierno, no hay buen gobierno sin paz y sin justicia, no hay justicia sin paz y buen gobierno. También se integran en las consecuencias de estas relaciones políticas como lo es la fertilidad y fecundidad de la tierra, pues Dike simboliza la idea de brotar; Eunomia, la de crecer; Eirene, la de florecer y fructificar.

«Con semejante respaldo pudimos afinar también la idea del guerrero. Ya no era reconocido sólo como proveedor y protector, ahora tenía honor, valores morales y dignidad. Sabía cuándo pelear, por qué pelear, contra quien pelear y más importante a quien proteger, a quien matar y a quien no, hasta cuando matar, y cuándo detener la sangría. Todo eso está casi perdido, han rebajado la dignidad del guerrero a la del sicario venal y vengativo; le mataron la fibra moral a fuerza de engañarlo».

«Pero completo, era un modelo genial, aunque lo diga yo. Sun Tzu lo entendió, Alejandro lo comprendió, César lo puso en práctica, reyes y emperadores exitosos lo usaron, Maquiavelo lo captó al vuelo, Mauricio de Sajonia (ah…que hombre seductor), Federico el Grande, Guibert, Napoleón, Moltke, Foch, Thomas Edward Lawrence y más lo adoptaron con naturalidad. Y los resultados están a la vista: guerras decisivas, con una cantidad de bajas históricamente declinante, dura y cruel como siempre pero más eficiente y breve en la medida de lo posible. Y guerras que solucionaban conflictos».

«Perdón la perorata profesor, pero quería asentar mi punto de crítica»

—La comprendo y comparto lo que ha dicho…y eso la llevó a…

—Me llevó a la ira, la furia y la tristeza al ver que todo ese esfuerzo se ha abandonado…

«Cuando lo echaron a Douglas, no fue por la estupidez de pedir armas nucleares, lo retiraron porque no estaban dispuestos a ganar la guerra con métodos convencionales, o tal vez no estaban dispuestos a ganar. ¡No querían ganar!».

«No bombardees la mitad de los puentes que dan a China, no toques territorio chino, deja que todos los recursos —incluidos soldados— fluyan libremente al ejército norcoreano desde China. En suma “no ganes”. Y para eso lo trajeron al general Mathew Ridgway para que cargara, injustamente, con el empate de la guerra de Corea».

«¡Un empate profesor, se da cuenta! Ahora las guerras se empatan, no por las condiciones de los hechos sino por la voluntad de sus ejecutores. Ese día la tuve que ahogar en alplazolam a Niké que estaba desconsolada y descontrolada, le habían quitado la capacidad de elegir un vencedor. Bueno con Vietnam, Afganistán, Irak, y demás vivimos las dos casi drogadas para no sufrir. ¡Ni una sola clara victoria! ¡Ni una sola solución del conflicto! Todas las guerras resultan fallidas, ah! pero te las explican. Como si los guerreros muertos aceptaran cualquier discurso imbécil que mancille aún más su muerte honorable. Porque todos se olvidan que toda acción, explicación, negociación o discurso sobre la guerra debe tener tal entidad moral que los muertos lo puedan aceptar…Bueno, yo pidiendo moral en el siglo XXI, es como instalar un microondas en el Olimpo…»

«De ahí en más todo vino rodando barranca abajo. Dejaron de leerlo a Clausewitz, más por falta de intelecto que por oponerse a sus ideas, y eso facilitó el desorden de las estructuras básicas».

«Los políticos empezaron a soñar que eran estrategas, aunque son incapaces de planear una partida de ludo. Limitaron la participación de los militares en un asunto fundamental: que pudieran decir si sus capacidades de combate eran suficientes para lograr el objetivo político. De todas maneras, los objetivos políticos empezaron a ser menos eso que metas económicas, así que los soldados y guerreros pasaron a la categoría de guardaespaldas obligados de adinerados miserables y no pudieron más defender a sus países como querían y debían».

«La guerra en manos de esos políticos torpes y truhanes económicos, como les advirtió Eisenhower al dejar la presidencia, dejó de ser rápida y decisiva, y se volvió más larga, más cruel y más destructiva, me imagino que por las especulaciones monetarias acerca de la reconstrucción de todo lo devastado. Porque han transfromado la Guerra en un negocio».

«La Guerra ya no es la Guerra. Es un miserable negocio violento y nada más. Y si ya no lo es ¿cómo la contendremos, cómo la dirigimos, cómo la reducimos o eliminamos? …Si fuera necesario…»

«Perdóneme, apenas lo dejé hablar…Mire Profesor ya sé que parezco loca, pero hable usted con los que comprendieron la guerra y su función social desde el inicio y verá que mi demencia es muy racional»

—Siempre es mi placer escucharla. ¿A quién me recomienda?

—Empiece con los filósofos. Heráclito lo puede ayudar. Le agradezco que me haya permitido desahogarme, no cambia nada, pero me alivia.

—El agradecido soy yo mi señora

—Pero no se vaya todavía. Despertemos a Niké, verlo aquí la animará, mientras bebemos otra copa y recordamos los viejos buenos tiempos de la Guerra


[1] (Atwood)